Capítulo 1

Los oficiales de la aduana inspeccionaron detenidamente la embarcación de más de doscientos pies, cargada de contenedores que acababa de atracar, en el puerto de Miami. Uno de ellos observó con detenimiento las figuras de cerámica que venían en el carguero, sacudió contra el muelle uno de los objetos, al descubierto quedó un cilindro plástico que contenía un polvo blanco. En segundos, decenas de agentes tomaron la embarcación y decomisaron el cargamento.
La redacción del periódico, adquirió la información y Joseph Mirado, el jefe del departamento , conformó dos equipos para redactar los artículos sobre lo ocurrido. Observó un instante a Rafael Vargas y pensó que era la persona idónea para dirigir uno de los grupos. Vargas, sería un buen líder dentro del difícil grupo. Era un hombre joven, pero suficientemente maduro para dirigir, además poseía una inteligencia y audacia envidiable. Mirado estaba a punto de tomar la decisión, cuando la operadora le comunicó que la madre de Rafael estaba en muy malas condiciones y lo estaban llamando de urgencia desde su casa.
Segundos más tarde, se escuchó por los altoparlantes “Señor Rafael Vargas, tiene una llamada por la línea uno”. Vargas oprimió el comunicador y escuchó la inconfundible voz de su hermana:
- Mi hermano no me gusta molestarte, pero hay problemas. Ven en cuanto puedas. Mamá está muy enferma, además hay otras graves complicaciones. Papá está desaparecido.
- Salgo para allá.
Sin pensarlo ni un momento, partió con la rapidez del viento hacia la casa de sus padres. Al arribar, encontró a su madre recostada sobre dos cojines, su respiración era penosa, a pesar de que Dora Ileana, su hermana , le había suministrado oxígeno de un pequeño tanque que se encontraba al costado de la cama.
Vargas la miró. Su cara se veía demacrada, su piel tenía un color que él no recordaba, sus ojos color miel estaban cerrados.
- ¿Qué sucedió, mamá?
- No sé, me puse mal, avisaron que tu padre está perdido y que no aparece. No se sabe nada de él. Parece que cayó al mar. Me subió la presión, me duele el pecho.
Vargas preguntó a su hermana si había llamado a una ambulancia, ella le respondió negándolo con la cabeza. El nervioso, llamó al 911 y explicó lo que sucedía. Unos minutos después arribaron los paramédicos, le tomaron la presión, la temperatura y determinaron trasladarla al hospital.
Montaron con dificultad a la madre en la camilla y la subieron a la ambulancia, Dora Ileana, la acompañó en el viaje. Vargas buscó su carro, trató de alcanzar al vehículo, pero éste se abrió paso zigzagueando como serpiente, con sus luces y sirenas entre los coches, dejándolo atrás, a pesar de sus esfuerzos por seguirlos. Cuando llegó al hospital, buscó donde colocar su vehículo, pero fue difícil localizar un estacionamiento cercano a la puerta de emergencia. Al Observar el inmenso hospital, las anécdotas de sus padres vinieron a su mente. Su padre, de origen cubano a menudo hacia referencias a la Habana y mencionaba que los hospitales en Estados Unidos eran como hoteles. Cuando arribó, pidió información sobre su madre e intentó entrar, pero le dijeron que debía esperar porque sólo podía entrar una persona; Se sentó en la sala de espera al lado de una persona que estaba con un pequeño radio y que escuchaba la voz de Feliciano susurrando:
Pueblo mío,
Que estás en la colina,
Tendido como un viejo que se muere,
La pena y el abandono,
Son tu triste compañía,
Pueblo mío,
Te dejo sin alegría.
Que estás en la colina,
Tendido como un viejo que se muere,
La pena y el abandono,
Son tu triste compañía,
Pueblo mío,
Te dejo sin alegría.
Que será que será…
Los recuerdos de su niñez fueron invadiendo su imaginación, habían vivido en Camagüey, una ciudad al centro de la Isla de Cuba y todos los veranos visitaban un pequeño pueblo a orillas del mar, donde su padre, en compañía de sus tíos, había construido una diminuta vivienda de madera que ocupaban cuando terminaban las clases en Julio y Agosto. Todos en el caserío se conocían, e iban, esperando con ansias la llegada de los colindantes, que más que amigos se convertían en familia.
Fue una época donde escaseaban las comodidades, no había acueducto, ni aire acondicionado en las casas, pero eso no era imprescindible. Cuando llovía, se sentía el olor de la tierra húmeda, que perfumaba el ambiente y el sonido producía una mágica música al caer sobre los tejados, como una monótona melodía que invitaba a acostarse, taparse con una fina sábana, sentir como refrescaba y esperar a que pasara la lluvia. Luego esa agua llenaría los tanques a través de las canales y seria el agua que se utilizaría para los quehaceres diarios, más tarde, se abrían las ventanas y disfrutaban de la brisa del mar. Ahora comprendía que esos momentos, le enseñaron no solo la importancia de la lluvia, sino también a dar gracias a Dios.
Vargas continuó recordando que mientras su madre se ocupaba de poner en orden la casa, su padre iba a pescar. Las destrezas de sus antecesores eran muchas, una de ellas era en el arte de la captura, siempre sabía cuál era el preciso lugar, el anzuelo adecuado, la carnada correcta, cuando usar una plomada, cuanto se debía esperar o cuando convenía recoger el naylon. Esta otra infinidad de conocimientos que lo convertían en un maestro. Por otro lado su madre organizaba y convertía la diminuta morada en un precioso lugar.
En esta bahía, el agua no tenía los hermosos colores, ni la transparencia de otros mares de Cuba, pero sí otros encantos, allí se extendían inacabables manglares que servían de refugio a peces, cangrejos, roncos, jaibas y otros cientos de especies marinas . El cielo siempre estaba lleno de gaviotas, que danzaban en el aire, emitiendo sus sonidos guturales alrededor de los pescadores de sardinas, mientras ellos tiraban la tarraya.
Su padre le había enseñado a amar la naturaleza, su madre a amar la ciencia y el estudio, la vida le había enseñado, que cada minuto, era un regalo universal. De pronto, la voz de su hermana lo trajo a la realidad.
- Ven. Entra, mamá quiere verte.
La señora tomó sus manos entre las suyas, estaban frías, su semblante estaba pálido y sus ojos lejanos.
- Hijo.
- No hables mamá . Dijo Vargas, pero Pilar continúo.
- Nunca te he pedido nada, continuó diciendo Pilar.
- Por favor no hables, descansa. Repitió Vargas, tratando de hacerla callar para evitar que se agotara.
- Rafa, te voy a pedir algo, quiero que busques en la caja fuerte de tu padre, el me dijo que si desaparecía o le pasaba algo, que te diera estas instrucciones: Tienes que abrirla y buscar un sobre que dice Hope y lee los documentos, son los manuscritos de tu padre, después de leerlos , destrúyelos. La madre continuó hablando muy bajito y susurró un número que Rafael trató de recordar.
- ¿Porque me pides eso?
- Porque me siento mal y tengo que cumplir los deseos de tu padre.
Varios médicos entraron. Es mejor que se retire y la deje descansar.
Salieron un rato y su hermana le comentó.
-¿Ya sabes lo de papá?.
- Solo lo que me dijo mamá .
- Encontraron su bote sin nadie, sin ninguna huella, ni siquiera indicios de violencia, no estaba en el. Yo creo que se cayó del bote, la policía también lo cree, me preocupa el tiempo que ha pasado, pienso que probablemente esté muerto.
-No sabía nada… No se qué pensar… Me cuesta trabajo entenderlo.
- La policía estuvo en la casa, allí fue cuando mamá se puso mal, yo te llame, pero no contestaste el teléfono. ¿Qué crees que debemos hacer?
En cuanto mamá se mejore iré a la casa y me mantengo en comunicación contigo.
Pasaron la noche en el hospital , al amanecer le dijeron que no había peligro y que podían retirarse al medio día.
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