Thursday, April 21, 2011

la Bandera de la Esperanza ....Capitulo 5


 Carlos recorrió los alrededores de la casa, en Marianao.
Durante su recorrido, encontró una oficina de cambiar monedas, donde canjeó
cuarenta dólares y recibió mil pesos cubanos. Regresó a la morada jubiloso
y sin despojarse de su vestuario se derrumbó jadeante en el lecho. Alfredo le
preguntó:
— ¿Cómo estás?
 Estaba muy contento, pero mi hermano se fue, y me he quedado medio
embarcado. Sin saber que hacer.
— No cojas lucha. Yo te puedo invitar a pasear.
— O ye, pues te lo agradezco mucho. Hablando como los locos. ¿Cómo está
la cosa aquí?
— Dura. ¿Cómo esta allá? Dicen que allá también se ha puesto dura.
— Allá también la cosa esta fea, a mi no me alcanza el dinero ni para pagar el
cuarto donde vivo. La gente está perdiendo las casas. No hay trabajo. En
fin, ni que contarte. Antes me decían Billi el niño porque pagaba los biles.
Ahora me dicen el mudo.
— ¿Por qué el mudo?
— E l mudo, porque no contesto al teléfono. Siempre están llamando para
cobrarme ¿Tú entiendes?
— Claro que te entiendo. Yo quisiera irme como muchos de mis amigos, pero
no tengo familia y además ya viste, aquí tengo un buen trabajo, mi casa
y además ya tengo cuarenta y pico de años. Alquilando la casa resuelvo
bastante. Súmale a todo eso lo que tú dices, que ahora no hay trabajo. Hay
una crisis mundial

— Yo allá, no tengo ni dinero, ni familia. Lo que si tengo es libertad, puedo
hacer y decir lo que me dé la gana. Allá todo el mundo está gordo, parece
que le ponen algo a la comida. ¡Que se yo!, pero quieren ponerse flacos
y se ha puesto de moda una operación donde le cortan un pedazo de
estómago a uno, para que se ponga como un hueso. El by-pass o algo así.
— A quí no, todo el mundo está flaco y la única necesidad que cuenta es la de
buscar algunos dólares, poder almorzar y comer. Yo tengo un buen trabajo
porque mi abuelo era chino y conseguí un trabajo en un restaurante en el
Barrio Chino. Allí me pagan con dólares. Todo el mundo está tratando de
buscar un trabajo donde le paguen en dólares, pero no es fácil conseguirlo.
Todos los días cambia todo, ahora dicen que van a dar permisos para
negocios particulares—mencionó Alfredo.
— Allá también el dinero es lo más importante. Cuando la gente se divorcia,
no piensa en que perdió la familia, sino que ahora tiene que pagar por los
muchachos hasta que tengan dieciocho años. Hay que trabajar como mulo
los ocho días de la semana para pagar la renta, el seguro, los impuestos, el
celular, el cable, el agua, el carro, las tarjetas y lo malo es que no hay trabajo.
— Será, los siete días.
— Quise decir eso, como la canción de los Beatles “Eight days a week”.
— Pues aquí, no sólo se trabaja, se consiguen las cosas o hay que buscarlas.
Tú te comes un buen desayuno, pero es porque tienes dinero para pagarlo.
Hay quien no tiene ni para los frijoles. Fíjate que una señora le dijo a un
hombre: “Estoy de huevos hasta la coronilla”, y el tipo, que todos los días
tomaba un ron llamado coronilla, le dijo “Pues yo estoy de la coronilla
hasta los huevos”. Lo que más escasea, aparte de la comida, es la libertad.
Yo quisiera poner un negocito, pero no se puede, ya sabes que aquí todo
está regulado y no se puede inventar nada, ni siquiera quejarse, ni hablar,
aunque la gente últimamente ha perdido un poco el miedo-dijo Alfredo
riéndose.
— La vida es confusa. Los que están aquí, quieren estar allá y los de allá,
sueñan con estar aquí.
Alfredo preparó un café. El aromático olor se disperso por la vivienda y
continuó dialogando mientras preparaba la infusión.
— ¿Por qué no vas esta noche al lugar donde yo trabajo? Es en los Tres
Chinitos. Me esperas y cuando termine, vamos a algún lugar a divertirnos
— No es mala idea—dijo riendo Carlos.
— No acepto excusas. Te espero.
Alfredo se marchó a trabajar y Carlos se retiró a su cuarto. Durmió dos horas,
cuando despertó, encontró en la cocina un papel donde Alfredo le había reseñado
la forma de llegar hasta el Barrio Chino.
Siguió las instrucciones al pie de la letra. Caminó hasta la Quinta Avenida y
esperó a que pasara un carro con apariencia de taxi. Sacó la mano. El carro paró
y lo llevó hasta el Barrio Chino. Caminó lleno de curiosidad por el lugar, que se
ha transformado en una atracción turística llena de colorido, donde abundan los
restaurantes orientales. Todos los empleados estaban vestidos con la tradicional ropa
asiática. Quedan algunos de los originales asiáticos, pero los cubanos descendientes
han ido ocupando el lugar de los primeros. Carlos se dirigió lentamente intentando
localizar el lugar. Algunos empleados trataban de llamar su atención. Preguntó por los
Tres Chinitos. Un cubano vestido con la indumentaria asiática le dio las indicaciones
necesarias y encontró el lugar. El restaurante estaba en el segundo piso. Subió por
una angosta escalera y encontró a Alfredo que lo llevó a una mesa. Se sentó, miró la
carta y observó una ligera discusión que tenía lugar en una mesa cercana. Pidió una
pizza de queso. Cuando terminó de comer se dirigió hasta el bar.
Minutos después salieron del local. Los transeúntes eran escasos.
— V amos a un lugarcito cerca de aquí, seguro que te va a gustar-dijo
entusiasmado Alfredo.
Caminaron unas cuadras y Alfredo tocó la puerta de una casa. Una señora con
un pelo mal teñido de rojo, los dejó entrar.
— ¿Cómo estás Antonia? Te traigo un cliente que acaba de llegar de la
Yuma.
— A delante-dijo la señora mirando con curiosidad.
— Entra, esto es uno de los pocos lugares buenos que quedan, esto es un
paladar ¿Verdad Antonia?—continuó diciendo Alfredo con entusiasmo.
— ¿Esto es un palomar?—preguntó Carlos.
— No, un paladar, un lugar donde venden comidas. Esta amiga se llama
Antonia, es buena gente. Alfredo hablaba en voz alta para que ella lo
escuchara.—¿Verdad Antonia?
— Si tú lo dices—dijo la mujer en tono amable.
La sala había sido transformada, seis mesas sustituían los muebles y trataban de
semejar un restaurante pequeño.
— ¿Qué van a tomar?
— No te hagas la fina, preguntas como si aquí tuvieran diferentes y variados
licores. Tráeme una botella de lo que tengas, si tienes una Habana Club
tráela. La pagamos entre los dos. ¿Verdad? A mí, tráeme una chuleta de
puerco ¿Qué tú quieres?—preguntó Alfredo.
— Yo estoy lleno todavía, me acabo de comer una pizza.
— S i, es verdad, de todas formas come algo. Si no quieres te lo llevas pa’ la
casa.
La señora volvió, trajo una botella y dos platos con chuletas y arroz blanco.
Alfredo se sirvió un trago y le sirvió otro a Carlos.
La Bandera de la Esperanza 37
— ¡Antonia!—gritó Alfredo. Esto está muerto, busca a Mariana y dile que
traiga una amiga.
— Yo no sé si estarán. Ellas nunca están en su casa.
— ¡Búscala! Repitió Alfredo. Que te voy a regalar cinco dólares.
— Vuelvo en un momento-dijo Antonia.
— A hora vas a ver mujeres lindas-dijo Alfredo dirigiéndose a Carlos mientras
sé servía otro trago.
Unos minutos más tarde regresaba Antonia con dos jóvenes.
— Vengan acá, niñas. Esta es Mariana-dijo Alfredo dirigiéndose a la joven.
Una de ellas se acercó. Su rostro joven y radiante reflejaba veinticuatro o
veinticinco años. La joven se distinguía por su hermosa figura, un rostro ovalado
pequeño y un pelo lacio que caía sobre sus hombros. Sus ojos estaban maquillados
discretamente.
— Presenta a tu amiga—dijo Carlos.
— Ella es Ángela. Esta viviendo en mi casa.
La otra joven era de menor estatura y aproximadamente de la misma edad.
Su pelo rubio recogido, la hacía parecer más delgada, sus ojos eran negros y
expresivos.
— Mira que mujeres más lindas, dime si la mujer cubana no es bella. ¡Siéntense
aquí con nosotros!—dijo Alfredo mientras ponía dos sillas en la mesa.
La señora trajo dos vasos para las jóvenes. Alfredo sirvió el licor en ellos.
— ¿Tu amigo habla español?
— Claro. Español de España, cubano de Cuba, mexicano y hasta inglés de la
ingle. Te hago una canción ahora mismo-dijo Carlos.
— ¡Claro que habla! Es que está asombrado de lo linda que son ustedes—dijo
Alfredo.
— ¿Cómo te llamas?—preguntó una de las jóvenes.
— Me llaman Carlos.
— ¿Te gusta la Habana?-preguntó Angela.
— Hasta ahora no me había gustado, pero me está empezando a gustar.
— ¡Antonia pon música para bailar, que esto está más triste que una funeraria
¡—gritó Alfredo.
¡A que no cantas algo!—dijo riendo Alfredo.
Carlos empezó a cantar:
En el bar
La vida es más sabrosa.
En el bar,
Se goza mucho más.
Y con el ron y las bellas cubanas,
En el bar se goza
Mucho más.
— Ya canté, ahora te toca a ti, dispara un chiste-dijo Carlos.
— Voy a contar algo verídico: Un tipo le dijo a su mujer que peleaba mucho
en Argentina. “Vete a Cuba y pásate unos días para que se te calmen los
nervios”.
La mujer vino a Cuba, estaba en el bar de un hotel. Un prieto bien parecido se
le acercó y la invitó a bailar. La mujer aceptó. Dos horas después la mujer estaba
con el prieto en la habitación. Siguió contando Alfredo.
— ¿Qué más pasó?-preguntó una de las jóvenes.
— Después que se empataron,—la mujer le preguntó al hombre—¿Cómo te
llamas? y el señor contestó: “No te digo porque te vas a reír”. A la semana
le dice la mujer.
— ¿Dime tu nombre?-.
— “No, porque te vas a reír”.—Volvió a contestar el hombre. A los ocho días
dice la mujer—¿Cómo te llamas que mañana me voy?
— “Te lo digo, pero no te rías. Me llamo Nieves”-dijo.
La mujer se empezó a reír.
— ¡Tú ves!, te dije que si te decía mi nombre, te ibas a reír.
— “Yo me rio, pensando en la cara que va a poner mi marido, cuando le diga
que me pase ocho días en Cuba revolcándome en la nieve”
— Esta bueno-gritó Carlos. Mientras acercaba su silla a Ángela.
— ¿Quieres bailar?—preguntó la muchacha a Carlos.
— Vamos.
Sus cuerpos se dejaron llevar, moviéndose al compás de la música. Después se
sentaron. Alfredo continuó haciendo chistes.
— ¡A que ninguna de las dos, sabe la diferencia entre una silla y el órgano
genital masculino!
Las muchachas movieron la cabeza, en forma negativa.
— Pues entonces tengan cuidado donde se sientan.
— ¿Tienes dos habitaciones dónde nos podamos meter?—preguntó Alfredo a
la dueña de la casa. Antonia le indicó con el dedo hacia la derecha, Alfredo
tomó de la mano a la muchacha y se alejó hacia una pequeña habitación.
Antonia dirigiéndose a Carlos le dijo:
— Empaca tú también para esa misma habitación.
— No, yo me voy para otro cuarto-dijo Carlos.
La joven agarró de la mano a Carlos y se dirigió a la habitación. Cerró la
puerta, el lugar quedó alumbrado solo por una pequeña lámpara. Carlos se sentó en
la cama con un trago de ron en la mano y la muchacha a su lado. La joven tomó
la iniciativa.
— ¿Quieres que te dé un masaje?—preguntó la muchacha.
— Buena idea, hace mucho que no me dan un masaje.
El joven se tiró en la cama, mientras las manos suaves de ella empezaron a
apretar sus hombros y después su espalda.
— Quítate la camisa y la ropa—sugirió ella.
Carlos se desprendió de sus prendas con cuidado. Ella continúo moviendo sus
manos con dudosa habilidad sobre la espalda de Carlos.
— Me gustaría ser masajista-dijo Ángela mientras pasaba sus manos por el
dorso del joven con torpes movimientos.
— E res una buena masajista—mintió Carlos.
— A hora te toca a ti pipo—dame un masaje-dijo con voz tentadora la joven
mientras se desprendía de sus ropas y se acostaba a su lado.
Carlos empezó a darle masajes a la joven. Sus manos fueron bajando por toda
la espalda desnuda.
— Creo que no puedo seguir dando masajes.
— ¿Qué pasa?—preguntó la muchacha con el ceño fruncido.
— Me está entrando una cosquilla en la barriga. Tenemos que entrar en
acción, pero tengo un problema.
— ¿No te gusto?—dijo ofendida la muchacha.
— S i me gustas, pero no vine preparado para el combate.
— Deja la bobería, yo si estoy preparada, ven, quiero hacer el amor contigo.
Eres gracioso y tienes un lindo corazón-dijo la muchacha besándolo en el
cuello. Bajó sus manos y le desabrochó la cremallera del pantalón. Toma,
ponte esto para que se te quite el miedo.
Carlos no pudo contener sus deseos.
Unos minutos después, conversaban como grandes amigos.
— ¿Vives cerca de aquí?-pregunto Carlos.
— S í, aquí al lado. En casa de Mariana. ¿Vas a venir a verme otra vez?
— Claro. ¿Dónde te puedo ver?
— V e a la casa, o aquí.
— ¿Tú de dónde eres? ¿Cómo te metiste en esta candela?
— Aproximadamente hace un año conocí a un muchacho que me propuso
mudarme para la Habana y ese había sido siempre mi sueño. Durante
seis meses vivimos un romance increíble, creí que esa era la felicidad, ni
siquiera de la comida me acordaba. Estábamos viviendo en una habitación
alquilada en la Habana Vieja, aquí cerca, pero empezamos a discutir todos
los días, por todo. Hasta que me dijo: “No tengo trabajo y aquí no hay
nada que comer. Lárgate y sal a conseguir dinero.”
— ¿Y entonces qué pasó?
— Me puse tan brava, que me fui para casa de una amiga y no volví. Después
conocí a Mariana y nos pusimos de acuerdo para pagar la renta y hacer
este tipo de trabajo. No me quedó otro remedio. Tengo que mantener a
mi madre y a un hijo que tengo. Quiero decirte algo, aunque haga esto no
tengo un mal corazón, se que tú también eres bueno. Pude leerlo en tu
corazón y en tu mirada. Yo tengo otro nombre, solo que en este trabajo
usamos dos nombres, el mío es Caridad. Solo voy a estar aquí por un
tiempo, estoy estudiando.
— Me gustas mucho Caridad y sé que eres buena. Te prometo que vuelvo a
verte.
— No entiendo. ¿A qué has venido a este país? Casi todos los extranjeros
vienen a buscar sexo y placer. Pero tú eres distinto, casi no tomas, te estuve
observando, mientras Alfredo se tomaba casi la botella, tú te serviste un
trago. No has venido en busca de aventuras sexuales, no eres pajarito. Creo
que ni siquiera tienes familia aquí. ¿A qué has venido?—repitió la pregunta.
— He venido a acompañar a mi hermano, porque mi padre siempre estaba
aquí en Cuba y quería que viniéramos. Lo mataron. Vinimos a ver si
encontramos otra familia y una organización.
La joven frunció el ceño.
— ¿Como dices? ¿Estás hablando en serio?
Mientras acariciaba a la joven alguien golpeó la puerta.
— Abre la puerta.
Carlos abrió la puerta. Un hombre se abalanzó con fuerza, lanzando a Carlos
al suelo.
Luego empezó a acariciar a Ángela que estaba desnuda.
— ¡Suéltame! ¡Suéltame! El hombre la seguía acariciando y tratando de
quebrantar la oposición de la mujer que no se dejaba besar.
— Te voy a hacer el amor ahora.—decía el hombre completamente ebrio.
Carlos golpeó al hombre por la espalda, pero no logró detener el arrebato del
joven que trataba de violar a la muchacha.
— ¡ Dale con algo.!—gritó Angela! ¡Con la lámpara!
Carlos golpeó al hombre en la cabeza con la lámpara y el desconocido cayó
al suelo.
— ¿Ahora qué hago?
— Llama a Alfredo y pregúntale qué hacemos—dijo Angela.
— ¿Lo maté?
— No sé, pero tienen que irse antes que venga la policía.
Carlos con la camisa desgarrada fue hasta la habitación de Alfredo
— ¡Abre la puerta!
— ¿Qué pasa?
— Vino un hombre que dice que es el novio de Ángela. Rompió la puerta, nos
fajamos y creo que lo maté.
— ¡Hay Dios, que lio!
— ¿Y dónde está?
— Lo dejé sin sentido en la habitación con Angela. ¿Qué hacemos?
— Pues irnos rápido. Quédate aquí con Mariana y yo voy a ver al tipo.
Alfredo se dirigió a la habitación que ocupaban Carlos y Angela y al ver al
hombre en el suelo regresó rápidamente y gritó:
— ¡Vámonos!—dijo Alfredo que había perdido el entusiasmo.
— ? Y el tipo?
— ¡Vámonos!
Salieron y se perdieron en la noche. Demoraron unos minutos hasta que pasó
un taxi que los llevó hasta la casa.